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Una obra en la que se conjugan: el humor con la nostalgia, el drama con la risa, la tristeza con la alegría, la celebración del presente y la añoranza del pasado, llegará este mes a la recién renovada sala Don Tomás Carrasquilla. Se trata de la puesta de La edad de la Ciruela, escrita por Arístides Vargas e interpretada por Manuela Soto Sarasa y Juanita Hincapié Cano, estudiantes de 4° año de la XI promoción de la Escuela de Formación de Actores Pequeño Teatro.
Esta historia es contada desde la memoria de dos hermanas, quienes hacen un recorrido de vuelta a su niñez, donde cada una a su manera y en busca de su propia historia, emprenden un viaje por lo que creyeron o imaginaron que fue su vida de su familia.
A través de cartas, juegos escénicos, cambios de personaje, las niñas Eleonora y Celina recuerdan y reviven tres generaciones de mujeres que habitaron la casa de su infancia. A medida que transcurre la obra la relación en un principio distante de estas hermanas se va restableciendo y sanando.
Hermanas en la vida y en los recuerdos, harán que como fantasmas de un ayer, ellas mismas niñas y las otras siete mujeres que habitaban esa vieja casona privada de hombres, vuelvan a asomarse; desde una tía sonámbula, cuya madre intenta enseñarle a tocar el violín, pasando por otra que cree ser un ángel, hasta una criada detenida en el tiempo.
No hace falta decir que una obra es universal cuando trasciende la época en la que fue escrita y cuando sus personajes exploran y encarnan sensaciones humanas que logran crear identificaciones en los espectadores. El lirismo de los diálogos que escribió Vargas provoca en los espectadores más distraídos el deseo de leer los libretos con la esperanza de encontrar allí lecciones de vida. Hay una reflexión profunda en cada escena, algo que la vuelve memorable.
Así, La Edad de la Ciruela, con sus dolores y alegrías, con sus esperanzas y frustraciones, nos cuenta de un tiempo que fue; de un tiempo muy parecido a otros tiempos que, guardados en la memoria, nos pertenecen.
La primera vez que esta propuesta teatral del artista Arístides Vargas se puso en escena fue en 1996.
Maquillaje: Omaira Rodríguez
Fotografía: Viviana Zuluaga