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Como el mundo fue para ella un problema, entonces resolvió convertirse en un problema para el mundo. Desde la perspectiva estética, nuestra puesta en escena de La chica que quería ser dios no pretende aclarar “hechos y situaciones”, tampoco formular una teoría sobre “el caso”, mucho menos simplificar la enorme complejidad del personaje. La escena no está obligada a ser un paisaje iluminado para el entendimiento, por el contrario en esta fábrica de signos nos ha preocupado realizar un desplazamiento al territorio de la sensualidad, quiero decir, aquello que desde un principio nos propusimos como tarea fundamental: una obra para leer con el cuerpo, una sensación femenina para los sentidos. Sobre Sylvia Plath se han hecho libros, películas, canciones y pinturas. Hoy es una mujer adorada en todo el mundo. Su cólera y su tenacidad se han extendido con su ola de fatalismo sobre literaturas. Como en el Teatro Matacandelas detestamos las moralejas, la utilidad, las campañas y los homenajes, podemos decir que esta creación está encaramada en la mera intención de ser un montaje honesto. Quizá no exista nada más placentero que ese momento cuando cae la noche y nos reunimos aquí en esta vieja casa, ustedes y nosotros, a soslayarnos y a extremecernos en el apasionado juego mentiroso del teatro.